viernes, 13 de agosto de 2010





Las fantásticas historias de don Bretón Astorga: El reloj cucú.

-Como me han acusado de ser un lunático muchas veces me urge hacer la corrección y aclarar, de una vez por todas, que si yo fuera selenita tendría las orejas tan puntiagudas que no podría llevar este elegante sombrero- Dijo Bretón sonriendo mientras hacía una reverencia y posaba su viejo birrete en la barriga. A Blanquita le parecía más un sombrero de graduación muy consumido por las polillas pero no pudo hacer más que sonreír a la noble faz del viejo. – ¿Y yo que estaba diciendo antes de la interrupción de esta vieja bruja?- Continúo Bretón y doña Gertrudis pasó de su taza de té, con rostro ofendido, sin detener en ella la roja tetera.
 De todas formas el anciano la cogió y se la llevo a la boca con un gesto elegante – ¡Sublime, delicioso!- Y elevó la taza como haciendo un salud -¡Qué bruja tan habilidosa, que encanto en verdad!- (Y es que era verdad que Don Bretón estaba más loco que el más bueno de los hombres). Blanquita no pareció sorprenderse y solo se limitó a tomar un trago de ese amargo té y, con su vocecita inocente, recordarle a su tío abuelo donde había dejado la conversación –Usted me contaba sobre el reloj, querido tío- Entonces el anciano dejo de degustar su estupenda taza de aire y los ojos le brillaron joviales, sonrientes –Entonces, si no es mucha la molestia, asómate por esa ventana, querida- Dijo el viejo apuntando con la taza vacía –Ahí, en el cerro de las cabras, ahí es donde el reloj de este servidor hizo su primer Tic Tac- Blanquita sonrió escondiendo su cara junto al vidrio, ahí no había ningún cerro, solo campo largo y verde, pero, acostumbrada a las brillantes ocurrencias del viejo (y con sus poderes mágicos de niña) dibujó en su mente un cerro, con cabras y todo.
-Resulta que en el dichoso cerro, específicamente en la punta del cerro, había una casa- Declaró el anciano triunfal y puso cara de haber zanjado el asunto. -¿Y en esa casa?- Preguntó Blanquita tímidamente, y don Bretón arrugó el ceño como si le hubieran preguntado algo completamente fuera de contexto, meneó la cabeza y prosiguió –Pues el asunto es que en la punta del cerro había una casita, y en la punta de la casita vivía una doña, y en la punta de la doña había un sombrero, curiosamente, un sombrero de punta- Doña Gertrudis hizo un gesto de desaprobación tan efusivo que se le cayó un pastelillo de la bandeja. Blanquita, en cambio, parecía estar encantada por la narración. –El asuntó, mi querida Blanquita, es que se daba la coincidencia de que esta doña era muy puntual, no había reloj que la superara ni campanada que la sorprendiera ¡Qué pena de mujer! A propósito ¿Gertrudis y mi pastelillo?- A tía Gertrudis se le estaban erizando los pelos de impaciencia y Blanquita a duras penas  pudo ahogar la carcajada.
Después de terminarse el pastelillo (que esta vez era real) el anciano continúo -Muy temprano en esa casa se presentaba el señor López, un hombre muy tranquilo, yo lo hubiera confundido con un gomero si no estuviera al tanto de que los gomeros rara vez se apellidan López- Blanquita esta vez no pudo aguantar la risa, pero don Bretón atribuyó esta reacción a un pastelillo embrujado.
 -Entonces Aureliana, que así se llamaba la doña, bajaba corriendo la escalera de caracol y abría la puerta antes de que el señor López diera el primer toc. – ¡Mi estimado señor López, tan puntual, tan oportuno!- Y el señor López campante por el cumplido se sacaba el sombrero y esbozaba una sonrisa.- Don Bretón dio un brinquito como si se fuera a levantar del asiento pero quedándose ahí mismo dio un grave suspiro.
-¡Ay que tragedia de pareja, qué obsesión tan insufrible! Resulta que el señor López le llevaba un regalo a doña Aureliana, como te imaginarás era el famoso reloj que el señor le había comprado en su viaje a Santiago- En ese momento, Blanquita le dio una segunda ojeada al viejo reloj de péndulo apostado en el desván.
-Como te podrás imaginar, doña Aureliana estaba fascinada con el obsequio y es que darle un reloj tan hermoso a una señora con tal afición, con tal pasión por los segundos, era como regalarle… un hijo-.
 -¡UN HIJO!- Gritó tía Gertrudis -¡No faltaba más!-.
-¿Un hijo?- Pregunto Blanquita sin hallar la relación entre un reloj y un bebé.
Tío Bretón se impacientó – ¿Acaso les falta un tornillo?-.
La cara de indignación de doña Gertrudis daba miedo. Bretón la ignoró –Ya les he dicho que la doña era puntual hasta el punto de que no existía reloj que la superara, entonces para la doña reloj,  un hijo reloj, o más sencillamente, una extensión de ella misma-. Blanquita esta vez entendió la analogía.
-El problema es que al señor López, que estaba muy enamorada de doña Aureliana eso a la larga le jugó en contra-.
-¿Por qué?- Preguntó Blanquita. –Sí. ¿Por qué?- Preguntó Gertrudis – ¡Si a la doña le había encantado!-.
-Pues porque su cariño por el obsequio, después de un tiempo, fue tan grande y entregado que poco caso le terminó haciendo al pobre señor López, día tras día el señor López iba tan puntual y elegante a tomar café a la casita del cerro, y día tras día doña Aureliana le prestaba menos importancia a su presencia, el reloj terminó siendo su único tema de conversación-. Explicó Tío Bretón.
 –Imagínense ustedes al señor López diciendo –¿No le parece, señora Aureliana, que es un día excepcional para salir a pasear?- y a esto la señora Aureliana contestaba –¿Qué le parece el cucú? ¿No cree usted que está algo pasado de moda? En Suiza venden pintorescos automatismos  ¡Imagínese usted reemplazar al viejo pájaro por un hada cantarina y de fondo el Edelweiss!-.
-¡Está claro que el señor López no comprendía nada!-.
Blanquita se inquietó -¿Qué es cucú, automatismo, Edelweiss?-.


-¡A claro, claro!- Respondió el alienado tío Bretón y se levanto de su asiento para acomodar las manecillas del reloj, en ese momento se abrió una pequeña ventanita en el reloj y de ella salió un pajarito de madera que cantaba un cucú, cucú, cucú, después de que el pajarito volviera a meterse por la ventana, por otra se asomó  una pareja de bailarines dando giros –Automatismo- dijo tío Bretón apuntando a los muñequitos,  a los bailarines le acompañaba una canción de cajita musical –Edelweiss- aclaró tío Betrón contoneándose al ritmo del péndulo. Blanquita estaba maravillada.

Continuará :)

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